Personalmente, cuando nos dieron la beca, teníamos muchas ganas de viajar a Irlanda, de conocer Dublín, of course! y de “flipar” con los famosos “Cliffs Of Moher”, los acantilados de la costa Atlántica que tantas veces habíamos visto en imágenes. Así que en cuanto tuvimos la oportunidad de ir no lo pensamos dos veces y nos dirijimos en ruta hacia nuestro objetivo: los acantilados de Moher.
Un viaje impresionante, más campos verdes, y más colinas de hierba mojada que marcaban el camino hacia la costa Atlántica. Era la hora del lunch y la guía nos explicó que íbamos a parar en un Pub, conocido por su servicio rápido y sus comidas abundantes. Se llamaba Gus O´Connors, y estaba en Doolin, un pueblo muy cercano a los acantilados. Recomendamos a todo el que visite esta zona que pare allí a comer. Tenían especialidades irlandesas como el "Traditional Bacon & Cabbage with Mashed Potato" (jamón asado con berza y patatas), buenísimo, acompañado todo por una buena Guiness ¡claro! o el famosísimo guisado de carne, cocinado con cerveza negra. Dicen que además, este pub, se conoce a nivel nacional por ser uno de los lugares donde se escucha a los mejores grupos de música tradicional irlandesa. Nos encantó el sitio y lo recomendamos a todo el mundo. Con los estómagos saciados, llegamos por fin a nuestro destino.
En estos casos es cuando eso de que “una imagen vale más que mil palabras” cobra pleno sentido. Pocas palabras pueden describir lo que vimos allí. Han acondicionado unas rampas de piedra para llegar a estos muros escarpados que caen al mar de forma casi dramática. En gaélico irlandés se les conoce como “Aillte an Mhothair”, o lo que es lo mismo: los acantilados de la ruina. No sabemos por qué, pero suponemos que si alguien se cae por los 120 metros de altura que tienen sobre el nivel del mar, se busca la ruina seguro.
La torre de O´Brien (O"Brien´s Tower) es una torre circular de piedra que se encuentra aproximadamente en la mitad de los acantilados. Fue construida por Sir Cornellius O´Brien en 1835 como mirador para los cientos de turistas que acudían al lugar. Desde lo alto de la atalaya se pueden ver las Aran Islands y la Bahía de Galway, y al fondo las montañas Maumturk, en Connemara. Ante un fenómeno natural como este, el ser humano queda reducido a la mínima expresión, creemos que uno de los mayores atractivos que tiene el lugar son la grandeza y el poder de la naturaleza. Nos quedamos un buen rato paseando y mirando al horizonte desde varios puntos de las cornisas rocosas. La gente se hace fotos desde todos los ángulos y algunos incluso, tientan a la suerte saltándose los límites de seguridad. Llega un momento en el que se recomienda no traspasar y no seguir el camino pero la tentación es superior y todo el mundo quiere llegar hasta las puntas más salientes. ¡Incluso nosotras!
Sin duda alguna, fue la mejor visita que hicimos. Las fotos son de “postal” pero tampoco tiene mucho mérito, porque el entorno lo hace todo.